
EL CALVARIO Y
LA RESURRECCIÓN
¡Nada
más profundo que el Misterio de la Sangre Purificadora del
Gólgota, derramada cuando Nuestro
Señor, murió en la Cruz.!
Cuando
la sangre fluyó del santo cuerpo de Jesús, el Gran
Espíritu Solar de Cristo,
liberó, precisamente
en los cinco puntos de la crucifixión, las corrientes del cuerpo vital y la Corona de Espinas, al ceñir la frente, produjo el flujo del gran seno
frontal, donde el Pensador
Silencioso Es.
El
Señor Cristo es el mayor Iniciado del Período Solar, y tiene a Su
cargo, magnificar al Padre. Su misión es casi inconcebible
para nosotros. El salvó al
mundo y abrió las puertas de la Iniciación a todos los capaces, pero, como
en la Creación
nada ocurre de repente, ni
aún dentro del plan de la Salvación, el Señor Cristo no
podría entrar directamente en contacto con la humanidad, ya que ésta no
resistiría al influjo de sus
rayos, por lo que fue necesaria la
ayuda del Espíritu Santo, el
anterior Regente de la Tierra,
que, reflejando los rayos de la Luz de Cristo, pudo adaptar este planeta y a la
humanidad al nuevo evento.
Cristo
trajo una nueva interpretación sobre la Ley. No negó las
enseñanzas de Moisés, y, por el contrario dice “No vine a abolir la Ley, sino a que se cumpla por la
gracia”. Así, se llega a la comprensión del Misterio de
la Sangre
Purificadora, ya que uno es el significado de la muerte
común, y el otro de la muerte sobre la cruz.
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Es
fundamental poder distinguir como,
por la evolución, el
Espíritu tiene que liberar
de su sangre todo vestigio del
Espíritu de Raza. Los
caudillos de la antigüedad,
proyectaban en su sangre las experiencias de la vida, dentro del espíritu separatista y
egoísta de raza, y por eso
se dice veladamente que, “vivían y
morían”. Un ejemplo es
el de Moisés, a quien el
ángel Miguel
“arrebató y transportó al Monte de Nebo”.
Luego el renace y lo conocemos como Elías. En su día de vida siguiente se
llama Juan, el Bautista. De la misma forma, Buda, que en otra vida física es
conocido como Shankarazharaya. Estos patriarcas fueron sin duda, grandes Maestros, que alcanzaron elevadas conquistas
y, al morir, justificaron su grandeza ; a Moisés, le brilló el rostro ; Buda, se iluminó.
Por
lo tanto, cuando se es muerto por
heridas en los puntos en que se asientan los lazos del cuerpo vital, como los producidos en la Crucifixión
en Cristo, se desatan esos lazos
para poder fluir la
Sangre Purificadora.
De esta forma, el Gran
Espíritu Solar alcanzó a retirar del Cuerpo Físico, Su
Cuerpo de Deseos purísimo,
en el cual no podía haber ninguna adherencia con cualquier
Espíritu de Raza, ya que
esto sería de gran perturbación para su Gloriosa y Magna
Obra, de salvar al mundo, todo por Amor, a través del Cristianismo Universal.
He
ahí la razón por la cual Cristo puede, por la Sangre Purificadora, compenetrar la tierra y salvar al
mundo, venciendo las cohesivas
condiciones generadas por el egoísmo y la lujuria de las razas humanas.
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En
este misterio de poder jerárquico,
se ve como el Espíritu Santo sirvió de puente a las
corrientes para la adaptación entre la humanidad y el sublime
Cristo, para que éste
pudiese comenzar el excelso magisterio de la Obra salvadora, que sólo tuvo inicio
después de su muerte física en la Cruz.
Después
de la
Crucifixión, Jesús retoma nuevamente el
átomo simiente del Cuerpo Físico utilizado por Cristo en su
estadía entre los humanos, y sigue en Su altísima misión
de Gran Maestro. Jesús es la
purísima flor de los Espíritus Virginales, y trabaja para impulsar la luz de la Fe, para el dulce amor cristiano. Este es el auténtico trabajo de
Jesús.
En
Europa, en tiempos pasados, El
impulsó a los Caballeros de la Mesa Redonda, dirigiéndolos a los mundos
internos, para que ahí alcanzasen la nueva dispensación
de los Misterios de la
Iniciación; también los Caballeros del
Grial, estuvieron bajo Su Influjo y
fueron los poseedores del Cáliz
que sirvió al Señor en la Ultima Cena, y en el
cual, después, José de Arimatea, recibió la Sangre Purificadora, que fluyó de la herida del
costado del Salvador, producida por
la lanza. Ambos objetos sagrados,
fueron de nuevo entregados a Jesús para Su gran Obra, que no es de los hombres, pero sí de corrientes evolutivas
que impulsan a la humanidad a la eterna conquista de la conciencia conciente.
